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La actividad industrial -con la tecnología que la sustenta y los servicios y el comercio que en ella se apoyan- es el núcleo más sólido de la actividad económica, el que da mayor consistencia a una sociedad y el que procura empleos más estables y mejor remunerados. Sin embargo, llevamos casi décadas de estancamiento, cuando no de deterioro, y ese 20 por ciento de peso de la Industria en el PIB que se marcó como objetivo no está hoy más cerca que hace diez años.
Pero lo que parece un proceso de destrucción del tejido industrial no es tal, la industria no desaparece, porque su actividad es imprescindible, solo se traslada allí donde encuentra un mejor entorno normativo, fiscal, laboral, educativo, de innovación, etcétera. Recuperar ese tejido industrial deslocalizado debe empezar por hacer atractiva y rentable la actividad industrial y continúa por hacer frente a tres grandes retos en innovación, energía y sostenibilidad, y formación y productividad.
Un escenario global cada vez más competitivo, con ciclos de vida los productos más cortos y clientes con necesidades cambiantes, exige un sector industrial innovador con capacidad de desarrollar constantemente nuevos productos y procesos generadores de valor añadido.
Las empresas industriales necesitan para innovar un enfoque estratégico que reoriente la investigación hacia la innovación, con una perspectiva de mercado. La innovación requiere un marco regulador favorable, es decir menos legislación y más estable y predecible.
La innovación requiere, antes que subvenciones, mercados líderes de consumo capaces de absorber nuevas tecnologías, productos o servicios. Esos mercados con masa crítica, están convirtiéndose en inalcanzables con el proceso de ruptura de la unidad de mercado que viene sufriendo la economía española desde hace años.
Pero esos mercados líderes sólo podrán desarrollarse aunando objetivos sociales y políticos, como la eficiencia energética, la sostenibilidad y el desarrollo de nuevos materiales que respondan a las necesidades actuales de una vida más saludable, de mayor seguridad y movilidad y de más información, digitalización y comunicación.
Para la industria, la energía es materia prima clave, y su precio y la fiabilidad de su suministro son factores decisivos de competitividad. Sin embargo, esa importancia y el esfuerzo continuo de la industria por racionalizar el consumo, asegurar el suministro, incorporar fuentes energéticas más limpias y seguras, y reducir el impacto de su coste en el precio final del producto, no se ve apoyado por la falta de una regulación administrativa y fiscal consecuente.
La competitividad industrial necesita garantía de suministro energético y respeto al medio ambiente, pero también una evaluación sería de la relación coste/beneficio de las nuevas iniciativas legislativas, europeas y nacionales, para evitar perjuicios para el desarrollo industrial.
Es imprescindible un equilibrio entre la seguridad del suministro a costes razonables, y el apoyo a las tecnologías verdes. Con una energía más cara es imposible competir en mercados globales lo que lleva a la deslocalización de las industrias más intensivas en consumo energético, sin que su marcha genere beneficios medioambientales significativos.
Con una tasa de paro que nos mantiene a la cabeza de Europa y una productividad que se deteriora, en el ámbito laboral se juega buena parte del futuro de la Industria. Si bien los costes laborales no constituyen por sí solos una fuente de ventajas competitivas, es imprescindible que los salarios evolucionen con la productividad y que se favorezcan mercados laborales dinámicos, flexibles e inclusivos, en los que las personas puedan acceder a cualificaciones que aumenten su empleabilidad y respondan a las necesidades reales de las empresas, muy especialmente a la de incorporar nuevas tecnologías.
La industria necesita una sólida formación de sus trabajadores como base para la innovación. La colaboración público-privada en aspectos formativos, y una estrategia integral de todo el ciclo de formación de los profesionales en su vida laboral, desde la educación básica hasta la formación continua, es esencial para la empresa industrial.
Para generar un entorno favorable a la creación de empleo se debe centrar la atención y los esfuerzos en la protección del empleo, más allá de la protección de cada puesto de trabajo en concreto.
Y eso significa formación y un marco jurídico-institucional que favorezcan la adaptabilidad de los trabajadores al cambio y el incremento de la competitividad. Sin todo ello, no habrá incentivos para invertir en la industria y alcanzar el objetivo del 20 por ciento de peso en el PIB.
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Este artículo aparece publicado en el nº 08 de Metales&Máquinas págs. 07 y 08.